24/10/2020
Antes de comenzar quiero aclarar que no busco ofender a nadie y mucho menos imponer mis creencias. El único objetivo es crear un diálogo en el que avancemos como sociedad y dejemos atrás las creencias que se nos han impuesto. En esta ocasión hablaré del catolicismo. 
En términos generales, las religiones son sistemas de creencias y valores; narrativas que a través de diferentes historias, leyendas, mitos y acontecimientos, se forja una fuerte creencia de que el planeta se rige bajo el orden o plan de un ente (o fuente) sobrenatural. 
Es importante aclarar que las religiones no son malas, al menos por sí solas. La mayoría (si no es que todas) te provee respuestas a preguntas inquietantes y angustiantes que impiden disfrutar de la vida mortal. También aportan ciertas reglas o mandamientos que puede tener un impacto positivo en el estilo de vida de una persona. El problema comienza cuando las autoridades religiosas se tornan en instituciones que niegan la libertad de los individuos y limitan y engañan a la población, para que sirvan a sus intereses.
A principios de la edad media comenzó una satanización del cuerpo humano. El papa Gregorio Magno se refería al mismo como “el abominable vestido del alma”. Estas definiciones introducían una mirada sacrificial de la vida y delegaba la importancia de la vida terrenal por la recompensa de la vida eterna en el reino de los cielos. Una promesa, bastante ilógica, pero que calmaba la ansiedad generada por el miedo a la muerte, a lo finito, al olvido. Bien decía Wittgenstein, “La religión cristiana es sólo para aquel que necesita una ayuda infinita, es decir, para quien siente una angustia infinita.”
Separar a la religión católica de la cultura mexicana no es algo sencillo. Aún en 2020, cerca del 80% de los mexicanos tienen una relación directa con el catolicismo, ya sea porque son creyentes o porque su familia lo es. Casi desde el nacimiento, la mayoría de los mexicanos fuimos orientados a pensar de cierta manera, a comportarnos de acuerdo con determinados estándares, y a seguir ciertas normas que incluso nuestros padres (todavía) no comprenden del todo bien. Pero a lo largo de los años, las han seguido reproduciendo.
Los religiosos se ven limitados a obrar de cierta manera para evitar las consecuencias del castigo eterno, la culpa y el remordimiento. Nietzsche decía que este miedo, funciona como el mecanismo de control que la religión utiliza para someter a sus seguidores.
La religión católica, para favorecer la difusión de su doctrina, utilizó fórmulas de propaganda con el recurso de líderes carismáticos, historias heroicas y un fuerte simbolismo. Aún cuando Jesucristo nació en Jerusalem, su apariencia ha sido tergiversada hasta parecer la de un joven de pelo largo, ojos azules y tez blanca,  características europeas que todavía predominan en el concepto de belleza occidental. 
Desmond Tutu (arzobispo africano), resume de una manera muy elegante la forma en que la religión católica se abrió paso en África: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: «Cierren los ojos y recen». Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.” 
Es importante asimilar esto con lo que pasó hace 500 años en el continente americano. Después de analizarlo, parece bastante ilógico escuchar a mexicanos católicos que todavía persisten en recibir una disculpa del gobierno español. Probablemente era lo que Dios quería que pasara… ¿No?
El católico funciona bajo el pensamiento de que todas las religiones son falsas excepto la suya. Poner en duda u obrar en contra de la “palabra de Dios” es un atentado contra la fe. Si crees que no puedes dudar de la existencia de tu Dios, es porque alguien externo te lo está imponiendo y no estás eligiendo conscientemente tu creencia. También, si no puedes aceptar que hay un porcentaje de probabilidad de que tu Dios no exista, estás siendo ilógico y eso puede ocasionar muchas cosas peligrosas; desde guerras como las cruzadas e instituciones como la santa inquisición, hasta ideologías como los pro-vida y los anti-lgbtq. Vivimos en un mundo en el que le hacemos caso a unos e ignoramos completamente a otros. 
Nos gusta la religión porque nos hace sentir seguros y porque la vida es más difícil cuando no tienes dioses a quien pedirle ayuda o respuestas. Si Dios está conmigo, quién está contra mí. Nos hace parte de una comunidad que se rige bajo los mismos valores. ¿Pero qué tan positivo es esto? Un ser omnipotente acompaña a los mexicanos humildes, los somete en un sistema económico lleno de dificultades y corrupción, le limita la educación y la curiosidad para convertirlo en mano de obra y ser un obrero más que nunca podrá salir de su clase social. Pero está bien, porque Dios aprieta pero no ahorca. 
Las religiones son ficciones que ya no tienen espacio en esta realidad. Las personas deberíamos actuar como si no existiera el determinismo; como si todo esto no fuera parte de un plan divino. No podemos delegar asuntos físicos a fuerzas místicas cuando francamente los únicos que podemos hacer un cambio tangible, directo y eficaz, somos los que estamos en la tierra.
Si los religiosos aceptaran la posibilidad de que todas sus creencias son basadas en mentiras, sin sentir que están atentando en contra de su fe o lastimando a su Dios, probablemente habría más empatía y compasión en la sociedad. Nos daría tiempo de reconocer y contemplar el increíble fenómeno de compartir este espacio-tiempo con cientos de miles de personas más y que algún día todos los que estamos aquí ya no estaremos más. Todo esto nos debería motivar a hacer las cosas mejor. Porque como dijo Homero Simpson al defender a Ned; “No necesitaríamos ningún cielo porque ya estaríamos ahí.”

Gracias por leer. 

Pd: No estoy diciendo que no crean en lo que creen, estoy diciendo que cuestionen sin miedo sus creencias y lleguen a la conclusión de porqué creen en eso. 

-Erick